miércoles, agosto 09, 2006

 

Reseña del "Arte de la ficción" de David Lodge

David Lodge es uno de los de más alto prestigio entre los escritores británicos vivos. Sus novelas son raras y cultas, muy conscientes de sí mismas, escritas con mucha disciplina y diseño. Al mismo tiempo, son generosas en ese soterrado humorismo cínico inglés que no es demasiado popular pero que genera adicciones de por vida una vez que uno le agarra el truco.

En cualquier caso, no es un autor que se venda junto a las cajas de los supermercados o que agarre arena en las playas del Caribe. Nacido en Londres en 1935, ha seguido el camino de muchas grandes plumas de esa isla tan prodigiosa en literatura:
como C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, entre muchos otros, ha hecho una exitosa carrera docente de varias décadas, que no le ha impedido construir una obra con fieles lectores dentro y fuera de la lengua inglesa. La mayoría de sus libros han sido traducidos al castellano y están disponibles en distintas colecciones del sello Anagrama.

Se llaman Noticias del Paraíso, ¡Buen trabajo!, El mundo es un pañuelo, La caída del Museo Británico, Trapos sucios y Fuera del cascarón.

También tiene trabajo crítico, del cual ha llegado a las desprovistas librerías nuestras una muestra imperdible, porque cuenta con la rara cualidad de ofrecer nivel académico al mismo tiempo que la capacidad de ser leído sin problemas y hasta de ser disfrutado.

La historia de El arte de la ficción, que aguarda en lugares como Noctua del Centro Plaza (Los Palos Grandes, Caracas), comenzó en un periódico, The Independent, en cuyo suplemento dominical existía una columna (Ars Poetica, de James Fenton) en la que se reproducía un poema y se estudiaba a la luz de algún tema general de la creación lírica. Los editores le pidieron en 1991 a David Lodge que hiciera lo mismo con la narrativa. Pocos años antes, en 1987, él había dejado la docencia, pero sentía que, como lo cuenta en el prefacio de El arte de la ficción, tenía cosas que decir sobre la novela que ya no tenían sentido ante un público especializado, pero sí ante el lector común del cuerpo cultural de los periódicos.

De esas columnas sale este libro, mejorado y ampliado en cuanto a los materiales originales que salieron en The Independent on Sunday. Todos los capítulos ofrecen extractos de una o dos novelas y con ellos como ejemplo Lodge desarrolla útiles y transparentes ensayos sobre un montón de asuntos que están en el mero núcleo del oficio de narrar historias de ficción: cómo empieza o termina una novela, cómo se crea el misterio o el suspenso, cómo se alteran los planos temporales, cómo se le habla al lector, para qué sirven o de qué modo funcionan subgéneros como la novela epistolar, qué situaciones narrativas crean prosas tan distintas como la de Hemingway y la de Nabokov.

Resulta ser un compendio de trucos invalorables para los que quieren aprender a escribir y son lo suficientemente humildes para aceptar los consejos de un experto (cosa que, me temo, es más bien rara). Pero sobre todo, una clase de crítica muy potable y ordenada. Cualquier lector interesado en dotarse de las herramientas básicas de que dispone el pensamiento contemporáneo sobre literatura puede empezar a formarse con El arte de la ficción, donde puede tener un primer y feliz contacto con el instrumental cognoscitivo esencial, la navaja suiza de la crítica literaria: qué es un tropo, qué significa eso de intertextualidad, a qué se refieren cuando hablan de flujo de conciencia, qué son la metaficción, el narratario y la alegoría.

El texto promocional de contratapa tiene razón; este volumen de ensayos concebidos para la prensa da ganas de acercarse a la obra en ficción de Lodge, felizmente al alcance en Venezuela en las librerías.

Da curiosidad además el ver cómo él aplica su organizado y musculoso conocimiento literario en su propia obra, porque un buen crítico no siempre es un buen creador (hay excepciones: Octavio Paz, por ejemplo, que era genial como ensayista y como poeta).

Entre tanto, bien vale la pena beneficiarse de su doble experiencia como profesor y narrador, como un hombre que conoce bien los dos lados de la escritura.

(Rafael Osio Cabrices, El nacional)

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