domingo, agosto 20, 2006
Tercera parte ejercicio de tarea: personajes y escena
7)Personajes:
El narrador:
Estoy indeciso acerca de la profesión porque mi primera opción es la de un escritor. De cualquier manera, se trata de un tipo observador que precia la memoria, el recuerdo. A la vez, en cierta forma, se siente un poco limitado por sus circunstancias, casi reprimido. Por eso buscó el nuevo apartamento que tiene un gran ventanal que da hacia el mar y desde donde se pueden ver los aviones saliendo y llegando. Es un buen lector y parte de su marco referencial tiene que ver con libros.
Tiene alrededor de 35 años y trabaja en una de las empresas de sus padres en una dependencia como, digamos, gerencia de responsabilidad social. Conoce a Ana porque la empresa va a donar un centro de conservación de films y ella es la encargada.
Si el narrador termina siendo escritor, la idea es que está tratando de escribir el último relato de un libro que está temrinando. Entonces esto se vuelve parte también de la historia, cómo un relato puede convertirse en un engranaje que puede echar a andar un libro de cuentos o arruinarlo.
Ana
Ana es como una mujer en un capullo, estaba como esperando despertar encerrada entre tantas latas de películas viejas. El narrador es la que la hace salir y explorarse en un nivel diferente de su experiencia, sobre todo en el aspecto sexual.
Ana juega a ser sumisa pero sabe y utiliza un inmenso poder que ejerce sobre el narrador.
No están claros los motivos por los cuales se marcha, aparentemente gana una beca en el exterior, pero simplemente desaparece.
Esa es Ana, una vez desenvuelta es muy contundente su presencia, pero, esencialmente, es tenue, fugaz.
8)Escena:
Le dijeron, le chismearon, nunca hubo manera de comprobarlo. Ana sólo era Ana y su única circunstancia era el galpón, el polvo, las goteras, las películas viejas.
Camina hacia el rincón que hacía de oficina de Ana, se extraña de que puede hacerlo en la oscuridad, como si se tratara de su casa.
Tose.
Sobre el escritorio, Milena lo espera, desnuda, bocabajo. Una sombra se acerca, recoge el cabello sobre la espalda y lo acomoda hacia un lado. Sopla cálidamente recreando la columna vertebral que la poca piel de Milena le ofrece y llega hasta las nalgas, donde parece comenzar a resentir la falta de aire.
Respira y los escucha murmurar. ¿Canción? ¿Poema? ¿Palabras sin sentido?
Ella pregunta, afirma y exclama con desinterés:
-Llegaste...
Él cierra los ojos, los frota, los vuelve abrir y sólo hay oscuridad.
Milena tomó una beca para estudiar algo en España, algo, cualquier cosa. Milena no está. ¿A quién retienen noches intercaladas de sexo, un salario bastante cerca del mínimo legal y algunas películas viejas que no importan a nadie?
Milena no está pero él se va desnudando y comenta:
-Hoy te pensé ordenando los libros...
Vuelve la imagen, casi hiriente, Milena se voltea toda rostro, senos y sexo frente a él y lo mira a los ojos. Él no sabe si es cazador o presa y espera. En sus oídos escucha un eco amplificado de los latidos de su corazón.
Acerca sus labios y ella lo recibe. La levanta del escritorio y la coloca, no, la despliega sobre el piso, nuevamente bocabajo. Y son Milena y él otra vez, aunque ella se haya ido sin despedirse. La piel de ella reacciona a las asperezas y desniveles del cemento del galpón, él igual se acomoda para penetrarla.
Embiste furiosamente, quiere tatuarla como para que ella arrastre toda la pasión y ella está en uno de esos días en los que sólo se deja hacer. Si llega a sentir dolor estira los brazos hasta alcanzar una lata de película, parece por instante preguntarse cual podría ser, pero igual la aprisiona, a veces incluso la golpea contra el piso, como en un efecto dominó que va de él a ella de ella a la lata.
A veces se preguntan si alguien escucha, pero quién puede escuchar si a ese galpón nadie va, si sólo el anarquismo de la filantropía de su padre podía haberla descubierto para unos pocos más.
Terminan y él la voltea. La piel blanca llena de puntos rojos por la superficie del piso. En segundos el rojo será rosado, en minutos será blanco, tan blanco como siempre. Algún día él logrará dejar las marcas permanentes.
Se recuestan de lado, cuerpo sobre cuerpo. Acercan sus rostros al piso, les gusta escuchar los fluidos refrigerantes que comienzan a andar, como si se tratara de la sangre que fluye de nuevo en el cuerpo de un resucitado en los ductos que pronto protegeran tantas imágenes, tantas historias.
Algún día iba a dejar esas marcas permanente. Tenía esa certeza y con ella besaba a Milena nunca en la boca para despedirla: en la frente, en la mejilla o en un hombro y se perdía después de la puerta del galpón.
Nunca imaginó que estaría allí dentro, prisionero de una celda absurdamente inmensa, y Milena perdida.
Se viste de nuevo y se sienta al escritorio a pensar.
El narrador:
Estoy indeciso acerca de la profesión porque mi primera opción es la de un escritor. De cualquier manera, se trata de un tipo observador que precia la memoria, el recuerdo. A la vez, en cierta forma, se siente un poco limitado por sus circunstancias, casi reprimido. Por eso buscó el nuevo apartamento que tiene un gran ventanal que da hacia el mar y desde donde se pueden ver los aviones saliendo y llegando. Es un buen lector y parte de su marco referencial tiene que ver con libros.
Tiene alrededor de 35 años y trabaja en una de las empresas de sus padres en una dependencia como, digamos, gerencia de responsabilidad social. Conoce a Ana porque la empresa va a donar un centro de conservación de films y ella es la encargada.
Si el narrador termina siendo escritor, la idea es que está tratando de escribir el último relato de un libro que está temrinando. Entonces esto se vuelve parte también de la historia, cómo un relato puede convertirse en un engranaje que puede echar a andar un libro de cuentos o arruinarlo.
Ana
Ana es como una mujer en un capullo, estaba como esperando despertar encerrada entre tantas latas de películas viejas. El narrador es la que la hace salir y explorarse en un nivel diferente de su experiencia, sobre todo en el aspecto sexual.
Ana juega a ser sumisa pero sabe y utiliza un inmenso poder que ejerce sobre el narrador.
No están claros los motivos por los cuales se marcha, aparentemente gana una beca en el exterior, pero simplemente desaparece.
Esa es Ana, una vez desenvuelta es muy contundente su presencia, pero, esencialmente, es tenue, fugaz.
8)Escena:
Le dijeron, le chismearon, nunca hubo manera de comprobarlo. Ana sólo era Ana y su única circunstancia era el galpón, el polvo, las goteras, las películas viejas.
Camina hacia el rincón que hacía de oficina de Ana, se extraña de que puede hacerlo en la oscuridad, como si se tratara de su casa.
Tose.
Sobre el escritorio, Milena lo espera, desnuda, bocabajo. Una sombra se acerca, recoge el cabello sobre la espalda y lo acomoda hacia un lado. Sopla cálidamente recreando la columna vertebral que la poca piel de Milena le ofrece y llega hasta las nalgas, donde parece comenzar a resentir la falta de aire.
Respira y los escucha murmurar. ¿Canción? ¿Poema? ¿Palabras sin sentido?
Ella pregunta, afirma y exclama con desinterés:
-Llegaste...
Él cierra los ojos, los frota, los vuelve abrir y sólo hay oscuridad.
Milena tomó una beca para estudiar algo en España, algo, cualquier cosa. Milena no está. ¿A quién retienen noches intercaladas de sexo, un salario bastante cerca del mínimo legal y algunas películas viejas que no importan a nadie?
Milena no está pero él se va desnudando y comenta:
-Hoy te pensé ordenando los libros...
Vuelve la imagen, casi hiriente, Milena se voltea toda rostro, senos y sexo frente a él y lo mira a los ojos. Él no sabe si es cazador o presa y espera. En sus oídos escucha un eco amplificado de los latidos de su corazón.
Acerca sus labios y ella lo recibe. La levanta del escritorio y la coloca, no, la despliega sobre el piso, nuevamente bocabajo. Y son Milena y él otra vez, aunque ella se haya ido sin despedirse. La piel de ella reacciona a las asperezas y desniveles del cemento del galpón, él igual se acomoda para penetrarla.
Embiste furiosamente, quiere tatuarla como para que ella arrastre toda la pasión y ella está en uno de esos días en los que sólo se deja hacer. Si llega a sentir dolor estira los brazos hasta alcanzar una lata de película, parece por instante preguntarse cual podría ser, pero igual la aprisiona, a veces incluso la golpea contra el piso, como en un efecto dominó que va de él a ella de ella a la lata.
A veces se preguntan si alguien escucha, pero quién puede escuchar si a ese galpón nadie va, si sólo el anarquismo de la filantropía de su padre podía haberla descubierto para unos pocos más.
Terminan y él la voltea. La piel blanca llena de puntos rojos por la superficie del piso. En segundos el rojo será rosado, en minutos será blanco, tan blanco como siempre. Algún día él logrará dejar las marcas permanentes.
Se recuestan de lado, cuerpo sobre cuerpo. Acercan sus rostros al piso, les gusta escuchar los fluidos refrigerantes que comienzan a andar, como si se tratara de la sangre que fluye de nuevo en el cuerpo de un resucitado en los ductos que pronto protegeran tantas imágenes, tantas historias.
Algún día iba a dejar esas marcas permanente. Tenía esa certeza y con ella besaba a Milena nunca en la boca para despedirla: en la frente, en la mejilla o en un hombro y se perdía después de la puerta del galpón.
Nunca imaginó que estaría allí dentro, prisionero de una celda absurdamente inmensa, y Milena perdida.
Se viste de nuevo y se sienta al escritorio a pensar.